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Nervios de acero

 

Usted tiene cuatro heridos, uno con un tiro en la cabeza, uno un tiro en el abdomen, uno con una pierna partida y un insolado, ¿A quién sube primero al helicóptero, qué vida salva primero? Este era fue uno de los muchos problemas que tuvo que resolver Leonardo Bastos durante su tiempo como enfermero de combate.

 

Leonardo actualmente trabaja como fotógrafo en el área de comunicaciones del Ministerio de Defensa, es un tipo bonachón, es una de esas personas que goza de una memoria fotográfica, recuerda cada una de las fechas de las operaciones en las que participó como enfermero de combate, así mismo recuerda cada procedimiento en el que estuvo presente, los medicamentos que administró y cada uno de los lugares que pisó. Todo comienza el dos de marzo de 1995, cuando decide prestar el servicio militar, labor que realizará durante los próximos diecinueve meses, cuando salió en septiembre de 1996, trabajó los siguientes dos años en un centro médico como camillero, lugar en el que aprendió todo lo relativo a la medicina, conocimientos que luego pondría en práctica en la selva. Al reincorporarse en 1998, su nuevo destino es el Batallón de Infanteria número 43, General Efrían Rojas Acevedo, ubicado en Cumaribo Vichada, lugar en el que trabó amistad con el enfermero Edwin Cañón.

 

Al principio se desempeñó como fusilero pero no tardó en recibir el botiquín, tras destacarse en sus habilidades adquiridas en el centro médico, su comandante lo envió a realizar el curso en la Escuela Logística, así que para el 2001, y convertido en enfermero de combate, Bastos estaba preparado para salvar las vidas de civiles y militares por igual.

 

El soldado enumera mecánicamente los objetos que cargaba en el interior de su botiquín, lo hace rápidamente como si lo tuviera justo al lado, a pesar de haber dejado esa tarea hace ya varios años, “El peso de mi botiquín era aproximadamente era de 12 kilos, era un botiquín americano de cuatro secciones, en ese botiquín se cargaba suero, inyecciones, instrumental para cirugías pequeñas, suturación, e infecciones, en mi contraguerrilla cargábamos de treinta a treinta y cinco bolsas de suero, que eran repartidas, yo cargaba dieciséis bolsas, ocho en el botiquín y ocho en mi equipo de campaña".

 

Es evidente que es una persona orgullosa de su trabajo, quizá esa es la razón por la cual recuerda todos los hechos tal como sucedieron, infla su pecho mientras enseña un par de sus heridas de guerra, “ Yo soy herido de combate, la primera sucedió en marzo del 2003, caí en un campo minado, la explosión me desencajó el pie, además me abrió este hueso”- dice mientras estira su antebrazo “Yo mismo me atendí, me acomodé el pie, atendí a los heridos, seguimos combatiendo y al final los evacué, me quedé en el área hasta que mi capitán me vio cojeando y fui enviado al Hospital del Oriente en Villavicencio donde estuve un año en rehabilitación”.

 

Tras recuperarse, Bastos regresó a la selva, la rutina de un soldado colombiano en medio del conflicto, se resume en descansar durante el día y andar en la noche, la caminata varía, pueden ser dos horas, como pueden ser cuatro horas, pueden ser dos kilómetros, como pueden ser veinte, al final de la jornada, los que tienen hacer el registro de perímetro lo realizan, mientras el ranchero de una se poner a hacer la comida, los centinelas montan guardia, mientras los demás, duermen, en medio de aquel desolador paisaje.

 

Así como hay muerte, también hay vida, como aquel 24 de diciembre de 2004 en que después de finalizar una gran operación en los Llanos, arribaron a la base de Carimagua donde una señora acababa de llegar con dolores de parto, el bebe casi estaba saliendo, cuando llegó Bastos, quien terminó de asistir el parto, satisfecho del deber cumplido, “Hay muchas personas que estando allá, en la periferia valoran que haya un enfermero, al principio, la gente era muy reacia al ejército, no lo quería, todo estaba bajo el dominio del frente 16, nos tenían miedo y rabia, pero nosotros por medio de la medicina, empezamos a llegar a la gente y a ganarnos su afecto”.

 

- ¡Doctor, doctor! – Le gritaban los habitantes de los caseríos por donde pasara

- Yo no soy doctor, soy enfermero

- No, usted es doctor porque usted me salvó la vida –

 

Los enfermeros de combate son quizá los únicos interesados en mantener la vida de rivales y aliados por igual, fueron numerosas las ocasiones en que salvó la vida de miembros de la guerrilla, “En ese momento uno no mira lo militar, uno mira a la persona, y si uno tiene la posibilidad de salvarle la vida a uno de ellos, lo hace, el último caso que yo tuve de un desmovilizado fue un peladito de diez y seis años y el chino poniendo la mina, se le estalló, y yo lo atendí mientras venía el helicóptero a evacuarnos”. Muchas veces no hay miembros del ejército heridos o se encuentran más lejos, tanto que el enfermero prefiere atender primero al guerrillero, porque el guerrillero está al frente y su compañero no, hay odios encontrados, pero la vida prevalece.

 

Cuesta creer que Leonardo Bastos aún no cumpla los cuarenta años y que a pesar de su corta edad tenga tantas historias por contar, como si hubiera pasado décadas en las selvas y en los llanos colombianos, en otra ocasión, una camioneta le pasó por encima a un habitante de La Macarena, Meta, Bastos estaba listo para entablillarlo, pero al verlo, se dio cuenta de que el hombre en realidad no tenía ningún hueso partido “ A él la llanta le cogió dos tendones y le había dañado una arteria principal, la sangre salía por todos lados, yo lo único que hice fue coger la arteria y amarrarla, pero como él estaba tan desesperado, la arteria se me escondió, entonces que hice yo, me puse un guante, cogí las pinzas y se las metí en la mano hasta que encontré la arteria la cogí y la aprisione, la amarré, le puse suero y lo sacamos evacuado”.

 

Mientras describe el proceso que realizó, habla con tal frialdad, que cuesta creer que sea la misma persona que se ha apiadado de la vida de tantos otros, “En el Guaviare también fui herido, este hueco que me dejo una bala lo curé a punta de panela raspada,” son frases como esta las que dejan entre ver que la guerra moldea a los hombres, los vuelve resistentes a lo bizarro o lo antinatural de la muerte y el dolor. “Combatíamos de tú a tú en planicie, a nosotros no nos cubría nada, solo tirarnos al piso nos protegía y dele pa adelante, arrástrese y dele, ellos veían la capacidad de fuego y la agresividad de nosotros y se retiraban, en el desespero de ver tanto herido, ellos lo dejaban botado todo, heridos, muertos y armamentos.

 

Estricto, recursivo, ese es Leonardo Bastos, quien ahora buscar recuperar el tiempo perdido, porque cuando se va a la guerra, el tiempo no se detiene, el mundo sigue girando a pesar de que pareciera que en la selva el tiempo no pasara de igual forma y que ese infierno de guerra pareciera no tener fin.

 

 

Pero los años han pasado, hubo una época en la que Leonardo y Edwin trabajaron juntos en el Ministerio de Defensa, atrás quedaron los camuflados y los trajes de corbata pasaron a ser sus nuevos uniformes, en ocasiones, ambos se encontraban, fumaban un cigarrillo y allá sentados en el pastal, recordaban sus anécdotas devolvían el tiempo, recordando sus raíces y el tiempo que pasaron en el Sur de Colombia, haciendo lo que mejor saben hacer, salvar vidas.

"Tuve un herido que recibió un tiro y medio pulmón fue destruido,  tocaba sacarlo evacuado, pero por la herida, había que hacerle un procedimiento delicado llamado hemotórax, y yo se lo hice con cosas que conseguí ahí en el área, yo era muy recursivo, conseguía muchas más cosas, a él lo puse a respirar por un frasquito, le cubrí la espalda con las bolsas de suero para que el tórax cogiera presión, luego lo cogí, le abrí el cuarto espacio inter costillar, le hice una ranura y le metí una manguera y puse a drenar y por ahí pudo respirar".

 

Foto: Archivo Leonardo Bastos

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